El concepto de fidelidad dentro de la traducción ha variado según el periodo histórico y, a menudo, se confunde con los términos exactitud, espíritu y verdad. Según Kelly (1979), el concepto de fidelidad, que inicialmente aludía a una traducción palabra por palabra, varió y evolucionó para identificarse con la fidelidad al sentido y no a las palabras y, posteriormente, para determinar qué tan buena representación del texto fuente es una traducción, según una determinada serie de criterios. Para Nida (1964), una traducción fiel sería aquella que, desde un punto de vista comunicativo, transmite al receptor de la traducción la misma sensación que sintieron los receptores del texto original. Por otra parte, la fidelidad también puede expresarse en la licencia de cambios al texto original en la búsqueda de una reproducción más acertada o una naturalización (Popovič, 1970).
El concepto de fidelidad como la semejanza entre aspectos específicos de los textos fuente y meta (Gutt, 1991) también hace referencia a la integridad o inclusión del contenido y la forma del original en su expresión en el meta. Por su parte, Shuttleworth y Cowie (1997) establecen la fidelidad de una traducción en la semejanza con el significado del texto original o el correcto uso de su intención comunicativa. Estos autores, pues, se inclinan más hacia la conservación del contenido preciso y de la uniformidad terminológica.
Uno de los puntos a tener en cuenta sobre la fidelidad es determinar a qué o a quiénes se debe ser fiel. Al respecto, Delisle (como se cita en Valero, s. f.) afirma que “cualquier texto incluye siempre cuatro elementos: el autor, el tema tratado, el medio (tipo de texto, recursos lingüísticos utilizados) y el destinatario” (p. 5). Roberto E. Valero aclara que la fidelidad al autor implica respetar la motivación y la intención de este; la fidelidad al tema tratado, respetar el área en la que el autor delimita su obra; la fidelidad al tipo de texto, respetar los recursos lingüísticos utilizados; y la fidelidad a los destinatarios se requiere porque es el grupo de personas al que va dirigida la traducción.
De la teoría del skopos y las nociones de fidelidad nace el concepto de encargo de traducción, que Vermeer (1989) define como la lista de instrucciones o especificaciones para realizar una traducción. El encargo lo puede establecer el cliente o un tercero que comisione el trabajo; es aquí donde el traductor, dentro de su experticia, contribuye al desarrollo de este, estableciendo los límites necesarios para la producción del texto deseado. Dicho encargo debe contener el propósito del texto meta (que varía según quién sea el receptor de la traducción) y establecer las condiciones específicas para alcanzar ese propósito, lo cual incluye aspectos administrativos (fecha de entrega, honorarios, condiciones laborales, etc.), cuestiones relacionadas con el tipo de texto e, incluso, las estrategias más adecuadas para que el traductor pueda desarrollar su labor. Además, un encargo de traducción puede concebir otros aspectos como revisiones, uso de materiales de referencia, derechos de autor, procedimientos de encargo de traducción con terceros, entre otros. Adicionalmente, las empresas que se dedican a la producción de traducciones contemplan en sus encargos el diligenciamiento de plantillas o formatos como parte de los sistemas internos de control de calidad, como se observa en la tabla 1.
El éxito de un encargo de traducción no depende solo de la claridad en las indicaciones sino también, y principalmente, de quién lo ejecute; así mismo, es necesario establecer un proceso de traducción que garantice la correcta comprensión y tratamiento de los datos, un reconocimiento intercultural y la producción de un texto adecuado según los requerimientos iniciales. Frente a este tema, Robinson (2003) habla de la noción de confiabilidad en la traducción y afirma que esta contempla tanto el proceso como al traductor, a través de lo que él denomina profesionalismo; este consiste en la correcta escucha de las instrucciones que entrega el cliente para llevar a cabo su encargo, el entendimiento rápido y completo de dichas instrucciones y el desarrollo de estas para la elaboración de un texto que cumpla las expectativas del encargo.
En ocasiones, el cliente puede hacer un encargo de traducción solicitando alterar el sentido del texto fuente (por ejemplo, en el caso de adaptaciones de obras para televisión, libros infantiles o campañas publicitarias); existen postulados que ofrecen a los traductores herramientas que les permitan alcanzar estos objetivos.
Gouadec (1989) propone otros tipos de traducción:
Estos tipos de traducciones, sin embargo, generan dificultades conceptuales cuando, por ejemplo, el traductor no posee un amplio conocimiento del tema que traduce o cuando la percepción de lo que es importante difiere entre traductor y cliente. Por ello, si bien se proponen como otras formas de traducción, no se aconseja utilizarlas a menos que se posea un conocimiento profundo del tema (una especialización) o que se cuente con el acompañamiento de un experto.