Figura 1. William Stokoe.
Adaptada de Johnson, L. (2012).
CC BY-SA 3.0
William Stokoe es considerado el precursor de la descripción lingüística de la lengua de señas; sus modelos permitieron identificar las razones por las que las señas entran en el marco de las lenguas naturales y se reconocen dentro de las comunidades lingüísticas. Para llegar a ello, uno de los primeros análisis que hubo que realizar fue sobre la relación entre la seña y el habla. Así, uno de los puntos de partida de Stokoe (2004) fue el origen de la seña, al afirmar que todos los niños, independiente de su condición, sean sordos o no, utilizan señas. Estas ocurren de forma natural y se comprenden como los rasgos kinésicos que tienen los niños por gestos en los primeros años, cuando todavía no presentan la oralidad sino que se comunican a partir de elementos como la ecolalia, imitación y gestos.
Muchos de los estudios que se han realizado sobre los primeros indicios del lenguaje llegan a la conclusión de que las señas son un rasgo natural que se genera gracias a la capacidad del cerebro de los niños, quienes las pueden utilizar en los primeros años de vida, evidenciando una primera producción de lenguaje a través ellas. Estos rasgos se dan en los bebes mediante el uso de las manos y los ojos, pues los niños y niñas siempre están señalando objetos y tocándolos. Como lo plantea Stokoe (2004) apoyado en diversas investigaciones, desde muy pequeños, los niños comienzan a realizar señas sobre los objetos del entorno, como los juguetes, el biberón, una pelota, etc.:
(…) al ver, tomar, dejar caer, aventar, masticar, jalar y juguetear con los objetos, los niños empiezan desde edad temprana a emplear sus manos para representar objetos aun cuando no los están tocando o sosteniendo, aunque las acciones de tocar o señalar preceden, tal vez, a cualquier representación simbólica de la lengua de señas (p. 56).
Las acciones descritas son catalogadas desde la relación actor-actividad, en la que se representa la conexión a partir de señas específicas que van surgiendo con total normalidad, sin mediar una gramática determinada. En oposición a Chomsky, quien indica que se nace con una gramática interiorizada que luego se despliega en la acción comunicativa de los seres humanos, Stokoe (2004) logra identificar que los niños, en este caso sordos, generan movimientos de las manos en representación de actividades que se desenvuelven en la vida cotidiana como, por ejemplo, las acciones de comer o tomar algo, las cuales no están determinadas necesariamente por una gramática que le indique al niño o niña qué tipo de señas utilizar, sino que son desarrolladas con naturalidad por el infante, quien realiza las señas sin una instrucción lingüística previa.
Así, en el marco de la relación actor-acción y objeto-cambio, hay unas regularidades del lenguaje a través de las señas que evidencian un avance en el desarrollo cognitivo de los niños y niñas. De este modo, se explica desde Stokoe (2004) que las acciones de comer, dormir, jugar, llorar, entre otras, se dan en el marco de un vínculo actor-acción que logra comunicar estos elementos a través de una señalización con la que el niño puede exteriorizar dichas actividades por medio de las manos.
Figura 2. Niño señas.
Adaptada de Piqsels (s. f.).
En este orden de ideas, la creación de las señas desde los primeros años es realizada de forma natural por los niños y las niñas; en estas, la actividad de la mano permite la nominación de acciones específicas, como las indicadas anteriormente. Por lo tanto, las manos entran a ser parte de un conjunto de elementos que conforman el cuerpo completo como un elemento de significación en la lengua de señas. Al respecto, Stokoe (2004) señala la importancia de la relación lenguaje-cuerpo, en tanto que en el proceso comunicativo ingresan todos los sentidos: el olfato, la vista, el tacto, el gusto y la escucha; estos permiten una aprehensión del mundo a través de diferentes partes del cuerpo, como los ojos, la boca, la nariz, la piel y los oídos.
En el entramado del sentir se configura la creación de señas en los niños y niñas, partiendo del principio de que cada sentido identifica, a su vez, una necesidad, como hambre-comer-degustar; atrapar un objeto-señalar-ver. Esto es lo que se denomina como un sistema de producción de señas desde las partes del cuerpo.
En este sistema, es clave reconocer el lugar y valor que tienen la audición y la vista, en el caso de las lenguas orales, pues resalta la importancia del aparato fonador, conformado por una serie de órganos que permiten la producción y la articulación de las palabras, y la facultad de la visión, la cual faculta el cuerpo para todo el proceso de reconocimiento y decodificación de los signos que se logran observar. De esto modo, la vista y la audición son sistemas esenciales para la formación de un lenguaje, dado que, evolutivamente, se han desarrollado a la par, permitiendo el perfeccionamiento lingüístico y, finalmente, la comunicación.
Este es uno de los aspectos donde la teoría de la lengua de señas de Stokoe (2004) resultó preponderante.
Permitir reconocer que el habla, entendida como el rasgo individual representado en la voz, no era el único medio para la comunicación. Asunto relevante, pues a mediados del siglo XX todo aquello distinto del habla todavía se entendía como un proceso comunicativo no verbal, pero nunca como un sistema propio de signos que constituyeran un lenguaje.
Describir que la lengua de señas se encontraba más allá de un simple sistema de referencias extraverbales.
Este autor logró evidenciar que en las lenguas de señas se generan procesos análogos a los presentes en la producción verbal en las lenguas naturales, como el principio de contraste, el cual organiza las lenguas por niveles o categorías que permiten articular el sistema lingüístico.
¿Sabías qué…?
Cuando William Stokoe propuso por primera vez, en 1960, la idea de que las señas podían constituirse como un lenguaje, provocó un inmediato rechazo por parte de los académicos, quienes consideraron que esto era una idea absurda.
La historia le ha dado la razón a Stokoe y la comunidad sorda le agradece su gran contribución a la lengua de señas en el mundo.
En el capítulo X del libro Problemas de lingüística general, Benveniste (1991) hace la clasificación de los niveles de la lengua: retoma los postulados de Saussure y los actualiza a la lingüística actual generando un proceso taxonómico de los diversos niveles de la lengua, desde el análisis de los fonemas hasta el de la frase, lo que permite, según el autor, el paso de la lengua como sistema de signos a la comunicación. Así, este autor parte de la necesidad de reconocer la descripción del lenguaje y el método que se debe utilizar, el cual ha de permitir una adecuada ordenación que responda a la racionalidad y permita “construir una descripción coherente, arreglada de acuerdo con los mismos conceptos y los mismos criterios” (Benveniste, 1991, p. 87).
En esta vía, el autor define el concepto de nivel para lograr una debida descripción de la ordenación del lenguaje y toma como referencia dos criterios qua aplica Saussure cuando describe la lengua como sistema: el carácter articulado y el carácter discreto del lenguaje. Por articulado se entiende una producción de signos en cadena, los cuales define André Martinet (como se citó en Niño Rojas, 2007) como una doble articulación, de modo que:
[…] en la primera articulación se distinguen las Unidades Mínimas Significativas (UMS), es decir aquellas que son portadoras de algún tipo de significado; en la segunda articulación, se analizan las Unidades Mínimas Distintivas (UMD), o sea los elementos capaces de incidir significativamente en el primer tipo de unidades, de las cuales son parte (p.124).
Según el segundo criterio planteado por Saussure, el sentido discreto, la lengua funciona como una estructura de elementos independientes entre sí y delimitados el uno del otro, esto es, el lenguaje como un sistema de oposiciones. Así, Benveniste (1991) asume la lengua como “un sistema orgánico de signos lingüísticos” (p. 125) e inicia el análisis con la segmentación y sustitución.
La segmentación consiste en realizar el análisis de la lengua hasta la mínima unidad segmentable, es decir, el fonema, el cual no se puede descomponer en otros elementos y es sustituible, lo que lleva a la distribución, la cual:
[…] consiste en definir cada elemento por el conjunto de los alrededores en que se presenta, y por medio de una doble relación, relación del elemento con los demás elementos simultáneamente presentes en la misma porción del enunciado (relación sintagmática); relación del elemento con los demás elementos mutuamente sustituibles (relación paradigmática) (Benveniste, 1991, p. 126).
Las relaciones sintagmáticas y paradigmáticas se dan al interior del lenguaje. Estas últimas se establecen por asociación mental y sustentan las reglas morfológicas y léxicas, mientras que las sintagmáticas son la “distinción de unidades lineales de signos, las cuales se forman como frases o construcciones en la cadena sintáctica” (Niño Rojas, 2007, p. 101).
Los fonemas cuentan con dos elementos distintivos:
1) Punto
2) Modo de articulación
En este sentido, al no ser realizable ninguno de estos elementos y no ser segmentables los fonemas, estos no constituyen una clase sintagmática. Lo que sí permiten los fonemas es ser sustituidos en unidades paradigmáticas. Aquí, Benveniste (1991) distingue el nivel fonemático de la lengua, un nivel inicial donde se dan los procesos de sustitución y segmentación.
El nivel fonemático es considerado como inferior porque en él se encuentran las unidades segmentables mínimas, los fonemas, las cuales tienen rasgos distintivos denominados merismas. En este punto, definido el nivel mínimo de la lengua por su carácter no segmentable, el autor establece desde una perspectiva empírica que la búsqueda de los otros niveles no puede darse hacia unidades más pequeñas, dado que no es posible segmentar más, por lo que se deben buscar unidades mayores, extensiones donde las operaciones de segmentación y sustitución sean más productivas.
La unidad inmediatamente mayor que el fonema es el morfema, el cual se logra por la redefinición del primero:
Si el fonema se define, es como constituyente de una unidad más elevada, el morfema. La función discriminadora del fonema tiene por fundamento su inclusión en una unidad particular, que, por el hecho de incluir el fonema, participa de un nivel superior (Benveniste, 1991 p. 121).
Sobre el paso del nivel fonético al morfológico, se define un principio para establecer el orden de los niveles de la lengua, el cual consiste en determinar que “una unidad lingüística no será admitida como tal más que si puede identificársela en una unidad más elevada” (Benveniste, 1991, p. 121). Según este autor, el nivel superior del morfema es la palabra, la cual se divide en dos niveles: por un lado, su conformación obedece a la segmentación de fonemas y, por otro, se convierte en una unidad significante, con sentido. La unidad superior de la palabra sería la frase, la cual indica el nivel sintáctico de la lengua; esta no responde a la segmentación que se da del fonema a la palabra, debido a que el todo no es la suma de sus partes. Según Benveniste:
Las palabras pueden diferenciarse en las que conforman una frase (autónomas) y las sinónimas, como los verbos auxiliares. Las palabras, según Benveniste, generalmente se estudian en la línea sintagmática, solo se analizan en la paradigmática cuando se asumen como lexemas.
El paso de la palabra a la frase se configura a partir de las relaciones distribucionales, que funcionan al mismo nivel, dado el carácter discreto de la lengua. Una segunda configuración en la transición de la palabra a la frase es el nivel integrativo. El carácter discreto se logra por la segmentación de las unidades, de las cuales no resulta una unidad menor sino un elemento constitutivo que hace parte de una unidad mayor.
En este sentido, los fonemas son parte integrante de la unidad mayor que es la palabra, la cual, a su vez, lo es de la frase. Aquí, Benveniste (1991) se pregunta qué tan grande es la distinción entre constituyente e integrante dentro del sistema de los signos de la lengua, a lo que responde planteando dos límites: uno superior, que consiste en la frase y tiene constituyentes (las palabras); y uno inferior, que son los rasgos distintivos de los fonemas. La distinción que hace el autor entre constituyente e integrante es la de forma y sentido, donde el constituyente equivale a los elementos formales de la lengua y el integrante es el sentido. El procedimiento radica en definir lo siguiente: cuando se segmenta una unidad por sus componentes, la suma de estos no proporciona la unidad por sí misma, es decir, el sentido, sino los constituyentes, sobre lo cual formula Benveniste (1991) que “La forma de una unidad lingüística se define como su capacidad de disociarse en constituyentes de nivel inferior”, mientras que “El sentido de una unidad lingüística se define como su capacidad de integrar una unidad de nivel superior” (p. 125).
Tanto forma y unidad son elementos propios de la lengua y ninguno de ellos se puede despreciar, como lo indica el autor respecto al sentido, al afirmar que:
Cuando se dice que tal o cual elemento de la lengua […] tiene un sentido, se entiende por ello una propiedad que este elemento posee en tanto que significante, de constituir una unidad distintiva, opositiva, delimitada por otras unidades, e identificable para los locutores nativos, de quienes esta lengua es la lengua” (Benveniste, 1991 p. 216).
El autor continúa explicando que el sentido remite a la función del lenguaje de ser referencial en tanto le permite al hablante delimitar los objetos que le rodean, diferenciarlos y caracterizarlos. Así, entre forma y sentido se entra a la frase, la cual, a diferencia de los niveles anteriores, se puede segmentar, pero no puede ser integrante de otras unidades, pues se considera que más allá de la frase no hay otra unidad o función proposicional.
La sintaxis organiza la frase, la cual consta de un predicado y un sujeto. Este nivel es llamado categoremático y determina la frase como un enunciado lingüístico, una proposición que no constituye una unidad distintiva como tal, no crea nuevas unidades, sino que es el último nivel lingüístico, según el método empleado por Benveniste (1991).
Según Benveniste, el nivel de la frase se diferencia de los niveles fonético y morfológico en tanto que la primera no es un signo, como sí lo son el fonema y el morfema: la frase está constituida por signos, pero su totalidad no representa uno; una segunda distinción es la infinitud de las frases y el contraste con la finitud de las demás unidades; y finalmente, el hecho de que la frase no tiene ni una distribución ni un empleo que pueda establecerse.
Definido el carácter distintivo de la frase frente a otros niveles de la lengua, Benveniste relaciona o une dos elementos esenciales como lo son la lengua y el discurso, donde la frase opera como la representación de “la lengua como instrumento de comunicación, cuya expresión es discurso” (Benveniste, 1991, p. 27), desde el cual el hombre se expresa con una intención determinada por medio de las proposiciones interrogativas, asertivas e imperativas. El autor finaliza la descripción de los niveles de la lengua con el paralelo entre la forma como el hablante adquiere conciencia del lenguaje (el cual parte de la palabra y pasa por la frase hasta llegar al discurso) y cómo el lingüista hace una ruta contraria (parte del nivel mínimo y finaliza en el último nivel, donde se materializa la lengua).
Figura 3. Niveles de la lengua.
Elaboración propia (2020).
Figura 4. Contraste señas.
Adaptada de Luján (s. f.).
Observa:
Si deseas conocer con mayor profundidad la Breve historia de la humanidad del escritor Yuval N. Harari, te invitamos a visualizar la siguiente conferencia:
Visual Ananda. (28 de julio de 2016). Sapiens (Yuval Harari) - Resumen animado. [Archivo de video]. Recuperado de https://www.youtube.com
Como se describió en el apartado anterior, un principio de las lenguas es su organización por niveles, lo cual permiten la progresión de una unidad a otra, de fonemas a morfemas, de morfemas a sintagmas, de sintagmas a frases y de estas a textos. En el nivel morfológico se establece el sistema de oposiciones para crear unidades con sentido, así, una palabra como casa consta de vocales y consonantes que están ubicadas en un eje sintagmático que funciona por oposición entre fonemas para construir la palabra, lo que nos permite distinguir la palabra casa, de caza o saca. Esta oposición posibilita el contraste de fonemas y hace que haya una variación de significado, acorde a la situación comunicativa en la cual se va a emplear dicho término. Con lo anterior, se desprende la regla que explica que todos los lenguajes deben utilizar un sistema de contraste para poder construir unidades de sentido, como las palabras.
Para que las señas se conviertan en una lengua deben cumplir este principio, deben contener distinciones claras que permitan su productividad y expresión lingüística (Stokoe, 2004). En las lenguas orales, la diferenciación puede estribar en el uso de un morfema determinado, como ocurre con el cambio de categoría en el adjetivo blanco, el cual puede derivarse en el verbo blanquear al cambiarle el sufijo. Sin embargo, como lo advierte Stokoe (2004), las señas no están conformadas por morfemas, como las lenguas naturales, sino por movimientos. Por ello, un nivel de oposición en las señas puede ser el movimiento en que estas se realizan, así como la velocidad para hacer la configuración y los rasgos no manuales.
Los movimientos son producto del desarrollo evolutivo de la especie humana, como lo explica Harari en su Breve historia de la humanidad, donde define la revolución cognitiva como el cambio que permitió el avance de los sapiens hace 70.000 años, transformación que se dio especialmente por el desarrollo del lenguaje:
Nuestro lenguaje es asombrosamente flexible. Podemos combinar un número limitado de sonidos y señales para producir un número infinito de frases, cada una con un significado distinto. Por ello, podemos absorber, almacenar y comunicar una cantidad de información prodigiosa acerca del mundo que nos rodea. Un mono verde puede gritar a sus camaradas “¡Cuidado! ¡Un león!”. Pero una humana moderna puede decirles a sus compañeras que esta mañana, cerca del recodo del río, ha visto un león, que seguía a un rebaño de bisontes. Después puede describir la localización exacta, incluidas las diferentes sendas que conducen al lugar (Harari, 2014, p. 36).
Figura 5. Evolución.
Adaptada de Vectorpouch (2019).
La capacidad que tuvieron los primeros sapiens para desarrollar la visión, el tacto y, finalmente, el aparato fonador los diferenció claramente de otras especies. En este sentido, la función de las manos cumplió un rol vital para la evolución; los elementos como la orientación, el grado de inclinación y los movimientos en las señas primarias permitían la ubicación en el espacio, detener o proseguir una marcha, señalar a depredador o un animal de caza, lo que facilitó la generación de un sistema de signos desde las manos que permitiera la resolución de problemas específicos en los sapiens como, por ejemplo, ubicar un espacio para pernoctar, alimentarse, saber hacia dónde dirigirse, entre otros.
Todo lo anterior configuró el cambio cognitivo que llevó a una constitución filogenética del lenguaje que inició con los sapiens hace aproximadamente 70.000 años. Por consiguiente, se debe reconocer que desde el primer ciclo evolutivo las señas se han venido perfeccionado en la especie como elementos naturales propios del modo de adaptación de los seres humanos al mundo. Este proceso filogenético es análogo a la ontogenia, donde los niños y niñas desarrollan el lenguaje desde que nacen; allí, en los diferentes periodos de desarrollo, las señas se presentan para designar el mundo y se marcan rasgos de contraste que tienen significación en el contexto, como se ha explicado inicialmente.
En consecuencia, la lengua de señas se configura a partir de esquemas de contraste que han sido perfeccionados en los diferentes estadios de evolución de la especie humana y que facilitan al código viso-gestual para cumplir las reglas de otras lenguas naturales que presentan el principio de contraste.